miércoles, 30 de junio de 2010

Robe, que grande eres


En el jardín hay un cerezo dormido, pero parece muerto. Este otoño comenzó a sentirse apático, y la dejadez se apoderó de su espíritu. La vida, cansada de verle abúlico y desastrado, decidió que lo mejor sería que se tomaran un tiempo para reflexionar sobre su relación, y se marchó de vacaciones, dejándole en un estado de abatimiento que hizo que se fuera consumiendo poco a poco hasta que acabó por convertirse en lo que es ahora: el aletargado esqueleto de un cerezo; una osamenta de madera clavada al suelo, que sólo espera que regrese la vida.

sábado, 26 de junio de 2010

Les grandes personnes croient tout savoir, mais ce sont des ignorants


Les grandes personnes aiment les chiffres. Quand vous leur parlez d'un nouvel ami, elles ne vous questionnent jamais sur l'essentiel. Elles ne vous disent jamais : « Quel est le son de sa voix? Quels sont les jeux qu'il préfère? Est-ce qu'il collectionne les papillons? ». Elles vous demandent : « Quel âge a-t-il? Combien a-t-il de frères? Combien pèse-t-il? Combien gagne son père? » Alors seulement elles croient le connaître.







Le Petit Prince est un sage.

sábado, 19 de junio de 2010

Le rouge et le noir

Elle n'est pas jolie, elle n'a point de rouge









miércoles, 9 de junio de 2010

BIRDS IN THE NIGHT

El gobierno francés, ¿o fue el gobierno inglés?,
puso una lápida

En esa casa de 8 Great College Street, Camden
Town, Londres,

Adonde en una habitación Rimbaud y Verlaine, rara
pareja,

Vivieron, bebieron, trabajaron,
fornicaron,

Durante algunas breves semanas
tormentosas.

Al acto inaugural asistieron sin duda embajador y
alcalde,

Todos aquellos que fueran enemigos de Verlaine y
Rimbaud cuando vivían.


La casa es triste y pobre, como el
barrio,

Con la tristeza sórdida que va con lo que es
pobre,

No la tristeza funeral de lo que es rico sin
espíritu.

Cuando la tarde cae, como en el tiempo de
ellos,

Sobre su acera, húmedo y gris el aire, un
organillo

Suena, y los vecinos, de vuelta del
trabajo,

Bailan unos, los jóvenes, los otros van a la
taberna.


Corta fue la amistad singular de Verlaine el
borracho

Y de Rimbaud el golfo, querellándose
largamente.

Mas podemos pensar que acaso un buen
instante

Hubo para los dos, al menos si recordaba cada
uno

Que dejaron atrás la madre inaguantable y la
aburrida esposa.

Pero la libertad no es de este mundo, y los
libertos,

En ruptura con todo, tuvieron que pagarla a
precio alto.


Sí, estuvieron ahí, la lápida lo dice, tras el
muro,

Presos de su destino: la amistad imposible, la
amargura

De la separación, el escándalo luego; y para
éste

El proceso, la cárcel por dos años, gracias a sus
costumbres

Que sociedad y ley condenan, hoy al menos; para
aquél a solas

Errar desde un rincón a otro de la
tierra,

Huyendo a nuestro mundo y su progreso
renombrado.


El silencio del uno y la locuacidad banal del
otro

Se compensaron. Rimbaud rechazó la mano que
oprimía

Su vida; Verlaine la besa, aceptando su
castigo.

Uno arrastra en el cinto el oro que ha ganado; el
otro

Lo malgasta en ajenjo y mujerzuelas. Pero
ambos

En entredicho siempre de las autoridades, de la
gente

Que con trabajo ajeno se enriquece y
triunfa.


Entonces hasta la negra prostituta tenía derecho
de insultarles;

Hoy, como el tiempo ha pasado, como pasa en el
mundo,

Vida al margen de todo, sodomía, borrachera,
versos escarnecidos,

Ya no importan en ellos, y Francia usa de ambos
nombres y ambas obras

Para mayor gloria de Francia y su arte
lógico.

Sus actos y sus pasos se investigan, dando al
público

Detalles íntimos de sus vidas. Nadie se asusta
ahora, ni protesta.


"¿Verlaine? Vaya, amigo mío, un sátiro, un
verdadero sátiro.

Cuando de la mujer se trata; bien normal era el
hombre,

Igual que usted y que yo. ¿Rimbaud? Católico
sincero, como está demostrado."

Y se recitan trozos del “Barco Ebrio” y del
soneto a las “Vocales”.

Mas de Verlaine no se recita nada, porque no está
de moda

Como el otro, del que se lanzan textos falsos en
edición de lujo;

Poetas mozos de todos los países hablan mucho de
él en sus provincias.


¿Oyen los muertos lo que los vivos dicen luego de
ellos?

Ojalá nada oigan: ha de ser un alivio ese
silencio interminable

Para aquellos que vivieron por la palabra y
murieron por ella,

Como Rimbaud y Verlaine. Pero el silencio allá no
evita

Acá la farsa elogiosa repugnante. Alguna vez
deseó uno

Que la humanidad tuviese una sola cabeza, para
así cortársela.

Tal vez exageraba: si fuera sólo una cucaracha, y
aplastarla.